Vivimos tiempos de transformación y el periodismo no se ha salvado. Lo que conocimos se quedó atrás, triturado por la vorágine digital, las redes sociales y una constante batalla por la atención del público. ¿Hacia dónde nos dirigimos?, ¿es una evolución o… una involución?, ¿de verdad estamos ante la democratización de la opinión?
Democratización de la opinión
El periodismo, que antaño guiaba la opinión pública y hace poco era parte de un sistema de pesos y contrapesos, hoy está puesto en duda. Hace algunos años, las noticias se daban sin matices, informando lo que sucedía, pero eso cambió.
Las nuevas plataformas de redes sociales, o medios alternativos, se han ganado al público y le han robado protagonismo a los medios tradicionales. Democratización de la opinión, le llaman. Los medios tradicionales han cedido parte de sus espacios a nuevas voces, otras voces, voces que manipulan y propagan fake news.
Estos nuevos talentos, con un visible sesgo, alimentan lo que el público quiere escuchar: que la transformación va y que «el pueblo» tiene el poder. En realidad, gran parte de las audiencias, ésas a las que los medios quieren llegar, demanda contenido viral, sensacionalista y… hasta falso.
Inclusividad o verdad
En política, gran parte de los medios alternativos demanda inclusividad. la repesentación de todas las voces, históricamente ignoradas, es, por decir lo menos, justa. Ya sea por raza, género o preferencia sexual, la apertura a las voces marginadas es un avance necesario y enriquecedor.
Sin embargo, el término se ha usado indiscriminadamente para dar voz a pseodoperiodistas que «piensan» diferente. «Periodistas» que en lugar de buscar datos, los inventan, se creen los que da el gobierno o los interpretan a su conveniencia. Todos tienen voz, pero ¿quién dice la verdad?
La inclusión no debería significar diluir la responsabilidad que el periodismo tiene con la objetividad y la precisión. Todas las voces deben de ser escuchadas, pero en la medida de que sus historias se basen en hechos.
Democratizar o no democratizar
En este caos donde todos hablan, y parece que el grita más fuerte es el ganador, no se pide combatir la desinformación. Al poder no le conviene que se pida eso, al contrario, lo mejor para ellos es que discernir entre lo que es verdadero y lo que no lo es, se vuelva imposible.
En su afán por ser inclusivos (¿o por obtener contratos?), los medios tradicionales se han adaptado, diversificando sus voces. Pero en este afán han sacrificado el rigor y la verdad.
La inclusión no puede ser sólo un discurso. No debe ser un simple reclamo vacío, sino una herramienta real para democratizar la información, para brindar un espacio a las historias que aún no se cuentan, a las que se encuentran en las periferias de la sociedad.
Por encima de todo, el periodismo debe seguir siendo un compromiso con la verdad, aunque la verdad sea incómoda o impopular. Al final del día, lo que necesitamos es un periodismo que, lejos de ser neutral, se comprometa con la honestidad radical, que sepa escuchar las voces, pero que tenga la valentía para separar los hechos de las opiniones. Porque si no podemos confiar en lo que leemos, escuchamos y vemos, estamos condenados a vivir en un mundo donde la verdad es sólo otra narrativa más.